lunes, 23 de enero de 2012

11. Algún enero

La mañana presentaba un frío blanquecino y transparente como la piel de un muerto. Era época en que los campesinos acudían a la taberna para dejar en el vino su oración y su culpa. Había transcurrido, ya, dos meses desde la última lluvia y el desencanto se hacía patente como si de un asunto amoroso se tratara.
Enero no sonreía ni en los árboles. Enero no cantaba con los niños. Los niños no pisaban las aceras:
Aceras húmedas. Gargantas roncas. Santuarios dóricos. Niños alienados. Plazas agónicas. Alientos opacos. Cuellos de almidón. Manos de colores. Cristales con babas. Cementos de escarcha. El canto del acero. El cielo puro y limpio. Fuentes de agua como piedra. Trigales como estalagmitas doradas. Ancianos encerrados en las estufas. Mendigos muertos sobre bancos. Cuerpos de piel trizada. Hielos calientes en las camas. Cuerpos que destrozan límites y abren permisiones. Te quieros necesarios. Mujeres entregadas. Alaridos orgásmicos. Descensos y ascensos. Hombres que se acercan quemando sueños. Mujeres que olvidan a sus padres. Reuniones nocturnas de carácter urgente. Oficinistas que se duermen sobre las máquinas. Despidos esperpénticos. Lunas de hielo amarillo. Días de un diamante puro y fino...
Como que el frío era seco hasta la saciedad.


Salud.

2 comentarios: