lunes, 23 de enero de 2012

11. Algún enero

La mañana presentaba un frío blanquecino y transparente como la piel de un muerto. Era época en que los campesinos acudían a la taberna para dejar en el vino su oración y su culpa. Había transcurrido, ya, dos meses desde la última lluvia y el desencanto se hacía patente como si de un asunto amoroso se tratara.
Enero no sonreía ni en los árboles. Enero no cantaba con los niños. Los niños no pisaban las aceras:
Aceras húmedas. Gargantas roncas. Santuarios dóricos. Niños alienados. Plazas agónicas. Alientos opacos. Cuellos de almidón. Manos de colores. Cristales con babas. Cementos de escarcha. El canto del acero. El cielo puro y limpio. Fuentes de agua como piedra. Trigales como estalagmitas doradas. Ancianos encerrados en las estufas. Mendigos muertos sobre bancos. Cuerpos de piel trizada. Hielos calientes en las camas. Cuerpos que destrozan límites y abren permisiones. Te quieros necesarios. Mujeres entregadas. Alaridos orgásmicos. Descensos y ascensos. Hombres que se acercan quemando sueños. Mujeres que olvidan a sus padres. Reuniones nocturnas de carácter urgente. Oficinistas que se duermen sobre las máquinas. Despidos esperpénticos. Lunas de hielo amarillo. Días de un diamante puro y fino...
Como que el frío era seco hasta la saciedad.


Salud.

lunes, 5 de diciembre de 2011

10. Cuarto de hora

Maldita madrugada que me dejó sin tus besos.
Aquella noche en la que nos dijimos barbaridades a ritmo de coca-cola, con la misma efervescencia con la que una hora antes nos habíamos comido los sesos, el sexo. Pero te fuiste, sin mí y sin ti. A solas con un montón de verbos deshabitados, pronombres mal puestos y acentos colocados tan sólo en los reproches…  como si toda la casa se hubiera derrumbado en ese último y cabrón cuarto de hora.
Once años no son nada cuando el desamor cierra la puerta, abre el pecho y el corazón se derrama. Nada, no son nada.


Salud.

viernes, 8 de octubre de 2010

9. Lucía

Luz es una mujer tan apagada que llamarse Luz le pone de malaleche. Es por esto que desde pequeña exige que la llamen Lucía.

Maestros, psiquiatras y curanderos de su niñez aliviaron a sus padres con todo normal, y con la esperanza puesta en el paso de los años donde los caprichosos silencios de niña desaparecerían en pos de un prometedor futuro, dado su altísimo coeficiente intelectual. Lucía era superdotada, con unas capacidades que doblaban lo necesario.

La lucidez de su adolescencia alejó a sus compañeros, quienes andaban luchando con la bipolaridad de sus hormonas mientras Lucía leía a Schopenhauer y Unamuno. A los 16 años regaló a sus padres ocho matrículas de bachillerato y una compañía constante, casi religiosa, ya que se encerró para siempre con la tarea de ser, voluntariamente y a cambio de ni preguntas ni reproches, la chacha callada de casa.

Al día siguiente de enterrar a su madre, su padre había muerto 4 años antes, terminó su enésimo libro y abrió la tele, cosa que no había abierto nunca. Las enormes y operadas tetas de una muy famosa, para ella desconocida, le provocaron un ataque de risa que no pudo contagiar absolutamente a nadie.


Salud.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

8. Huelg gener l

Me hubier gust do cont rte l histori de Lucí pero hoy me es imposible. Siento un escrupuloso respeto l derecho de l s voc les tr b j dor s.
L “ ” est de huelg .
Otro dí ser .


S lud.

lunes, 27 de septiembre de 2010

7. Lo físico

-Hola Sagitario
-Hola
-Te oí por la radio
-Cometí el error de dar mi número en antena
-¿Por?
-No paran de llamarme
-¿Y?
-Me piden sexo
-Me llamo Santiago y busco matrimonio
-Entonces seguimos…

Hasta las siete de la mañana. Ese fue el comienzo de los cuatro largos meses en los que Nuria, soltera sagitario, se negaba a una cita mientras Santiago no cesaba de llamarla porque no quería dejar escapar a la mujer de su vida, título que le otorgó a partir de la segunda llamada.
Santiago escuchaba su voz con devoción y ojos cerrados. Ese bálsamo de belleza susurrada le tenía amorosamente envenenado, tal y como le hubiese ocurrido a cualquiera que hubiese caído en las redes de sus cuerdas vocales. Santiago hablaba poco o menos, tan sólo quería oírla, decir sí a todas sus premisas hasta conseguir que su voz se tornara melosa, sabia y dulce para derramarse a solas, excitado por sus timbres, sin atreverse a gemir por temor a rozarla.

Cuatro meses más tarde de tan arrebatadores encuentros Nuria aceptó la inevitable quedada. Se citaron en la puerta del Café Gijón para emular a los poetas que a lo largo de la historia se habían enamorado a versos.
Santiago llegó primero y aguardó en el coche. A los tres minutos apareció la mujer de su vida, vestida, tras lo acordado, de blanco, con libro en la izquierda y flor en el pelo. Santiago arrancó el motor. Nuria miró. Se miraron. Aceleró y se marchó dejando de mirar. Ella, con la misma ternura con la que le amó por teléfono, le despidió con su mano.
Adiós amor, otro adiós en las espaldas. Susurró en do melancólicamente menor.

Santiago lloraba al volante mientras se insultaba por haber despreciado de tan abrupta manera el cuerpo donde habitaba la voz de todos sus deseos. Sintiéndose villano de cine una amarga mueca se le instaló en la cara.

Nuria, inagotable al desaliento, se ilusionó con un nuevo cambio de estilo. Apagó su voz como primer plato y editó un perfil sencillo y descriptivo en una página de contactos. Un par de fotos y una frase firme como único reclamo:
Nuria. Soltera, sagitario y enana. ¿Hablamos?


Salud.

domingo, 19 de septiembre de 2010

6. La luz

El padre de Margarita se aferraba a la vida con dolor y ella lloraba, no ya la futura ausencia sino, la lamentable presencia de quien durante tantos años le había servido de bastón en la vida.
En un momento de tan larga agonía gritó hija mía no veo nada.
La enfermera monja abrió la ventana de la 415 del hospital Santa Fe. Su padre seguía ciego por su insuficiente capacidad de abandono e imposible mejoría, tal y como le había confirmado la doctora con un es cuestión de horas. La enfermera monja abandonó la habitación y Margarita no se lo pensó más. Bajó la persiana y con una pequeña gasa tapó el ojo derecho del padre que padecía catarata como otro enemigo más invitado a la última batalla. Con ternura, dudas y temblor en sus dedos le abrió el izquierdo de par en par y acercó su móvil en función linterna a pocos milímetros de su ya única y maltrecha pupila.
La luz… veo la luz... Relajó su rostro y suspiró.
Margarita ató su llanto a un solemne silencio decidida a que pasara un cuarto de hora antes de poder usar el teléfono en función malas noticias.


Salud.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

5. Basura

Luis llega a casa muy de madrugada y al abrir el portón añejo del portal se atemoriza porque el cuerpo de un hombre se extiende sobre los tres escalones de bienvenida. Le atraviesa de una zancada y él le toca el pie derecho. Luis grita. Le pide que no se asuste y lloriquea al contarle que su mujer le ha echado de casa porque es un borracho de mierda. Luis le dice tengo prisa tengo prisa tengo prisa mientras sube acelerado las escaleras con un nudo en el estómago y otro en la cabeza. Antes de abrir la puerta de su casa cotillea, sigilosamente, como una valiente vecina armada con una escoba barre al intruso. Aquí no queremos basura, largo. Le grita, se va y un asqueroso silencio se instala en todo el edificio.


Salud.

martes, 3 de agosto de 2010

4. Licenciado

El verano en que Manuel terminó la carrera no sabía donde sentar la cabeza, si en la silla de las oposiciones o largarse a la playa para currar en el chiringuito que, a pachas con su tío, regenta su padre.

Tras una semana de dormideras se fue a la facultad para consultarlo con su profesor de ética periodística. Éste, desde la cumbre del que se sabe necesitado, le contó uno a uno los pasos que dio cuando terminó sus estudios a finales de los 70 y tras un monólogo de dos horas acabó citando a Hegel quedándose tan pancho.

Al día siguiente se bajó a la playa a consultar a su padre, que era licenciado por la calle los palos, como solía llamar a toda su puta vida trabajando como un bestia.
Lo que necesitas es ganar dinero Manolito y dejarte de libros que te vas a quedar atontao. ¡Tómate una caña coño… y de camino a ver si espabilas y me das un limpión a la barra que está comía mierda!

Esta noche Manuel sigue en blanco. Un par de noches más y tomará conciencia plena de que todos, absolutamente todos, refinados y brutos, le educaron para repetirse, para una vida fotocopia. Un par de noches más y Manuel será inteligente. Título más serio que el de licenciado.


Salud.

viernes, 30 de julio de 2010

3. En tu casa está

Desde hace tres meses todos los lunes recibo el mismo email: En tu casa está.
El pasado abril en la fiesta de los Aries nos juntamos casi un centenar de amigos, conocidos, familiares, ligues de última hora y la liamos parda. Acabé bailando descalza y dando tumbos de unos a otros. Al final de la noche descubrí que alguien me había robado un zapato y digo robado porque los cuatro monos, a esas horas moscas, que allí quedamos no dimos con él, tan sólo dimos con un dolor de cabeza y un bajón repentino de la nube de las burbujas.
No contento con su fetiche, el impresentable o impresentabla, vete tú a saber, me manda un anónimo a mi correo principal con la misteriosa frasecita en tu casa está.
Y no será porque no lo he buscado. Desde el primer lunes de la misiva he peinado cada rincón de mi apartamento, lo que en el fondo me ha venido de perlas pues puse orden a tanto barullo como los doce años que llevo en él me habían permitido.

Hoy lo encontré. En mi biblioteca reparé en las huellas de un beso sobre el raído lomo de una Biblia enorme y antiquísima que mis padres habían heredado de mis abuelos antes de heredarla yo. Cogí el libro, notando una presencia sobrecogedora y cuando me dispuse a abrirlo descubrí dentro, encajado, mi zapato. Alguien se entretuvo en recortar, seguramente con un cúter, el contorno exacto del mismo en todas sus mil y pico páginas. Profanada como sentí mi casa y con el vello de punta pude leer en la portada, de la también profanada Biblia: Te rezo, eres mi religión.
Tengo miedo. Estoy aterrorizada.


Salud.

miércoles, 28 de julio de 2010

2. Ana

Tengo 88 años y a mis espaldas hay un desconocido. Este es el cuarto verano que ando en silla de ruedas. Me pasea y no recuerdo el nombre de quien me empuja, por eso no hablamos. En la calle me encuentro con mi hijo. Se alegra de verme, habla amistosamente con él, no sé lo que dicen pero sé que hablan de mí. Mi hijo me pregunta y le sonrío. Llevo una camisa de manga larga que oculta el moratón que me hizo ayer mi canguro al sacarme bruscamente de la bañera, no fue sin querer pero prefiero callar para que mi hijo no se enfade.
Llevo meses tratando de convencerle de que me aloje en la residencia de nuestro Sagrado Corazón de Jesús. Él me lo niega porque no consiente que su padre viva de limosnas. Lo que no me atrevo a confesarle es que allí vive Ana, la mujer que amo en secreto desde hace 15 años y que no es su madre. Hoy Ana cumple 89 y va quedando poco para poder cumplir el sueño de morir juntos.
Me duele el brazo pero sonrío, ayudará a que mi hijo supere la tristeza de su reciente divorcio. Quiero hacerle feliz.


Salud.

martes, 27 de julio de 2010

1. Al principio

Cuenta la leyenda que cuando Adán y Eva mordieron la fruta prohibida pecaron y que el primer signo de tan lamentable acto fue avergonzarse de su propia desnudez.
Desde entonces y hasta hoy vivimos vestidos, de espaldas a la luz y a los ojos de nuestros semejantes, convirtiendo el cuerpo y sus placeres en vergonzoso pecado.
Al parecer pecamos todos los días, pecamos y mucho, pese a pecar menudamente y a menudo. ¿Pecamos juntos?


Salud.